Solidaridad, el anticuerpo de la crisis: las lecciones de la Doctrina Social de la Iglesia

 

Leonardo Servadio, desde Madrid*

Durante años, el concepto de solidaridad estuvo ausente, o casi, del contexto de los debates políticos en el ámbito nacional e internacional, excepto por el corto período en que, durante la desintegración de los regímenes comunistas de Europa Oriental, el sindicato polaco Solidaridad se mostró en sintonía con aquel período crucial de la Historia contemporánea.

Posteriormente, con el aparente triunfo del liberalismo, pareció quedar como un concepto anticuado, muy ligado a las políticas “perdedoras”, de acuerdo con la semántica establecida a inicios de los años 1980, con la cual la dicotomía “vencedor-perdedor” sustituyó gradualmente al “cierto-equivocado” para expresar evaluaciones asépticas en el plano moral, por esta razón considerada objetivamente fundamentada: las conciencias no deben distraerse con el afán de competencia, en la que la supresión de las reglas y la desregulación permiten el uso de todo tipos de trucos, a partir de los derivados “de ventanilla” (over the counter)  en el manejo de una finanza “viciada” en lucros desproporcionados y repentinos.

Pero el concepto de solidaridad regresó con la fuerza de lo inevitable, cuando el mundo se miró confrontado  con la crisis del covid-19, y sus tremendas consecuencias sanitarias y económicas. Ahora, cuando la emergencia pareciera estar pasando, la cuestión es decidir si la solidaridad podrá persistir como el fermento de una nueva cultura compartida o volverá a ocultarse tras os bastidores del escenario político mundial.

La respuesta dependerá, en gran medida, de las opciones de los Estados nacionales para responder  a las condiciones de escasez producto de la crisis.  Como lo observa la economista Mariana Mazzucatto del University College de Londres: “No se trata de ayudar al mundo de los negocios  a prosperar (como ocurrió después de la crisis de 2008). Es una cuestión de inyectar liquidez que les permita sobrevivir, desde que se tornen un componente más funcional de la sociedad… Los Estados no se encontrarán más en condiciones de fuerza de lo que están ahora. Están disponiendo billones en el ciclo de negocios debido a la tragedia. Y, gracias  a eso, podemos garantizar que la asociación entre público y privado se torne verdaderamente simbiótica, mutua y no parasitaria…Los Estados deben establecer condiciones rigurosas para los rescates y exigir inversiones, innovación, desarrollo industrial, buscando objetivos a largo plazo (The Guardian, 17 de abril de 2020”.

Las consideraciones de Mazzuccato son indicaciones generales, las cuales exigen un cambio drástico de perspectiva, posible solamente si, como escribe el economista Stefano Zamagni de la Universidad de Bolonia, se entendiera que el modelo neoliberal se mostró insostenible en sus premisas básicas. Las principales son las de que el interés egoísta del homo oeconomicus es perfectamente racional y que la “mano invisible” transforma automáticamente en bienestar colectivo la suma de egoísmos integrantes del mercado, mientras el Estado es relegado al papel de guardián de las reglas.

El problema, observa Zamagni, es que la adhesión a esas premisas llevó a un “escandaloso crecimiento de las desigualdades sociales…Hoy, sabemos que una de las causas remotas de la pandemia es el aumento estructural de las disparidades entre países y grupos sociales dentro del mismo país” –está comprobado que aquellos que viven en las áreas más pobres de los suburbios urbanos han sufrido las consecuencias más graves de la enfermedad, debido al abarrotamiento de las viviendas precarias, falta de higiene y carencia de servicios básicos. Y si con el sistema dicotómico Estado-mercado “no hay lugar, en el horizonte liberal, ni para el bien común ni para la propiedad común”, aceptar una crisis irreversible de la economía liberal no implica una adopción de una  perspectiva “neoestatizante”. Para Zamagni, es necesario lanzar una “economía civil de mercado, cuyas raíces históricas se encuentran en la escuela franciscana del pensamiento de los siglos XV y XVI, época del primer humanismo (Avvenire, 12 de mayo de 2020)”.

Un aspecto que requiere ideas nuevas y  de largo plazo surgidas con el covid 19  es la probable relación entre  áreas de intensa contaminación y la propagación de la epidemia: por si las dudas, el valle del Río Po (regiones de Lombardía, Véneto, Piemonte y Emilia Romagna –n.e) fue el área más afectada en Italia. La creciente urbanización  de la región (para 20150 se espera una población urbana de 11.75 millones), combinada con el aumento  de la expectativa de vida (que involucra mayores porcentajes de pacientes con enfermedades crónicas), crea condiciones propicias para el surgimiento de otras crisis  epidémicas, en las próximas décadas.

Para responderse  a semejante situación, es necesario interrumpir la continuidad urbana que ocurre en grandes áreas  del planeta, por ejemplo con “corredores verdes” que funciones como parques, además de obstáculos para epidemias, algo como los fosos creados para bloquear incendios forestales. “Pero, para pensar e imple mentar proyectos de este tipo, se necesita una visión de largo plazo, por lo me nos de 50 años”, observa el  sociólogo Mario en conversación reciente con este autor.

Para que tales políticas de largo alcance tengan posibilidades de éxito, el ejemplo de la Estrategia de Biodiversidad de la Unión Europea para 2030, aprobada en mayo y que, entre otras cosas, propone defender la biodiversidad en todo el continente  y el plantación de 3 mil millones de árboles, es necesario que la actitud de solidaridad tome forma concreta, eche raíces y persista a lo largo del tiempo.

 

Mirar lo esencial

Eso será posible  si Europa, ante todo, sabe retornar y valorizar correctamente este corpus teórico que se llama Doctrina Social de la Iglesia, nacida de los escritos de Padres de la Iglesia  y cuyo documento contemporáneo cardinal es la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII publicada  en 1891. Escrita en un período en el que se desarrollaba un conflicto entre las fuerzas del trabajo encabezadas por los movimientos socialistas y las fuerzas del capitalismo, esta encíclica critica, por un lado, al movimiento de inspiración marxista, tanto por su materialismo y el rechazo a la propiedad  privada, como por la tendencia al uso de la violencia; y, por otro lado, critica a los propietarios que imponían condiciones inhumanas a los trabajadores.

El papa escribió. “Está claro…cuán extremadamente necesario es ayudar inmediatamente y con las medidas apropiadas a los proletarios, que en la mayoría de las veces se encuentran en condiciones muy precarias, indignas del hombre. Desde que, habiendo suprimido los gremios de artes y oficios en el siglo pasado, sin sustituirlos por nada, al mismo tiempo en que las leyes e instituciones se estaban alejando del espíritu cristiano, ocurrió que poco a poco los trabajadores  fueron dejados solos e indefensos ante las ganancias de los patrones  y de una desenfrenada competencia. El mal aumentó una usura devoradora, que, aunque condenada muchas veces por la iglesia, sigue  igual, bajo otra coloratura, debido a especuladores gananciosos. Agréguese el monopolio de la producción y del comercio, tanto que un número muy pequeño de super-ricos  impusieron a  la infinita multitud de proletarios un yugo poco inferior que el servil”.

Estas son palabras escritas hace 140 años, pero que no están muy distantes de los problemas actuales. Como respuesta deseable, la encíclica apuntó el camino de la solidaridad, usando la misma imagen del apologista Menenio Agripa (494 a.C): todos los componentes sociales son necesarios, así como los varios órganos del cuerpo humano, por tanto, se trata de encontrar maneras de todos trabajar juntos con mutuo respeto.

Un nuevo paso, siguiendo en la misma dirección del León XIII, fue dado por Paulo VI, con la encíclica Populorum Progressio  de 1967. A mitad de la Guerra Fría y al movimiento de descolonización (con la correspondiente neocolonización), el Papa  que viajó por el mundo por primera vez (visitó 18 países), mientras la ola de tumultos de la década de 1960  se aproximaba, reafirmó los principios de justicia social como fundamento de colaboración, no solamente entre clases, sino también entre países.

Para atender la cuestión de los derechos humanos, fundó la Comisión Justicia y Paz del Vaticano. Igualmente, reafirmó la propiedad privada como un derecho, desde que atemperada con la asunción de responsabilidades proporcionales, especifica que las “especulaciones egoístas deben prohibirse”. Y afirmó una necesidad de un diálogo basado en el mutuo respeto con otras religiones, aumentando también la necesidad de atención  a la Creación, de preservar el ambiente natural con su cuidado y, concluyendo, propone una gran perspectiva: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”.

Este es uno de los pasajes más emblemáticos de la encíclica y pensamos que podría haber sido firmada por John F. Kennedy, otro grande del siglo XX, capaz de perspectivas como la conquista del espacio como la “Nueva Frontera”. Idea que también parecía utópica cuando la lanzó, todavía más cuando propuso que la empresa podría enseñar una cooperación entre los Estados Unidos y su gran oponente de la época, la Unión Soviética. Algunos años después,  naves soviéticas y estadounidenses se encontraron en órbita alrededor de la Tierra (la misión Apolo-Soyuz de 1975)  y, en 1998, con el acuerdo firmado entre los EUA y Rusia, se construyó la Estación Espacial Internacional (ISS), proyecto al cual se unieron Europa, Japón y Canadá, hacia la cual ya viajaron astronautas de 19 países diferentes.

Los temas descritos en las encíclicas sociales mencionadas fueron todos retomados y actualizados en otros documentos magisteriales subsecuentes como Laboren exercens, Solicitudo rei sociales  y Centesimus annus de San Juan Pablo II, Caritas in veritate de Benedicto XVI y Laudato si, del papa Francisco.

León XIII ya había dicho que las preocupaciones de la Iglesia “no se destinan solamente a la salvación del alma”, toda vez que “procura, sobre todo, que los proletarios emerjan de su estado infeliz” )que es otra manera de afirmar el derecho a la propiedad privada como fruto del trabajo honesto  (Rerum Novarum, 23), prefigurando el concepto que después sería llamado “opción preferencial por los pobres”, con base en la caridad entendida como compartir, solidaridad y colaboración, buscando garantizar que en la sociedad haya “una abundancia suficiente de bienes corporales” (Rerum Novarum, 27).

Sin embargo, el conflicto entre los mundos capitalista y comunista primero, y después, la ganancia desenfrenada en el campo económico, impidieron que las perspectivas equilibradas trazadas por la Iglesia fueran cumplidas, excepto en áreas bastante estrechas donde operan personas de buena voluntad.

Tal vez, ahora, se haya abierto una ventana para que la voz de la Iglesia se escuche más ampliamente.

Recientemente, al presentar algunos mensajes de Francisco sobre la pandemia de covid-19, el cardenal Michael Czerny observó: “Volver a lo que se hacía antes de la pandemia puede parecer la opción más obvia y práctica, pero ¿por qué no avanzar hacia algo mejor?”. Estas son algunas de las palabras con las cuales el Papa pretendía indicar una manera de salir de la crisis. “Si logramos aprender  algo durante todo este tiempo, es que ninguno se salva. Las fronteras caen, los muros se desmoronan y todos los recursos discursos fundamentalistas se disuelven ante una presencia casi imperceptible, la cual manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos (L’Osservatore Romano, 17 de abril de 2020). Y agrega. “¿Seremos capaces de actuar con responsabilidad, ante el hambre que muchos padecen, sabiendo que hay comida para todos?…¿La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro camino?…que nos encuentre con los anticuerpos necesarios de justicia, caridad y solidaridad (nota sobre la emergencia de covid-19, 30 de marzo de 2020)”.

En un mundo globalizado, este llamado a la solidaridad como respuesta  necesaria a la crisis, formulada por el Pontífice, delinea una única perspectiva verdaderamente equilibrada a las condiciones en que toda la humanidad se encuentra. Es una perspectiva aparentemente utópica, pero también es la única que permitirá a la humanidad seguir el camino de la civilización.

*MSIa Informa

 

Foto: hospitalcruzrojacordoba.es

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